Me levanté pronto por la mañana y me escapé por la puerta de atrás, como quien dice. Bajé por el camino nevado hasta Tschamut, la estación en la que perdimos el tren cuando fuimos a Altdorf, pero esta vez me posicioné bien. No perdí ningún tren. Alguien se dejó el periódico en el tren de camino a Göschenen y eché un vistazo a la temperatura. Hizo nublado, pero me gustó todo del día desde que subí al tren de Göschenen a Bellinzona.
En Göschenen los minutos parecieron horas por el frío que hacía. Nada más subir al tren que me llevaría a mi destino, todo fue italiano. La voz que anunciaba las paradas, los "ristorantes" que divisaba desde mi ventanilla
La del tren.. aunque hablamos en inglés, pero fue especial. Y la sensación que me invadió nada más salir de la estación de tren de Bellinzona tuvo que ser semejante a la de un reo al que ponen en libertad.. condicional (me quedaban unos días para terminar) el aire era diferente. Supongo que algo tenía que ver saludar con un Buongiorno! a todo el mundo.
Mi paisaje habitual había cambiado. Civilización hola!
Pero mientras andaba por la calle principal abajo, dejándome seducir por el suelo que pisaba y el encanto de las plazas y edificios, me sorprendían los patios interiores, cada uno diferente,
.. y mientras subía por una callejuela arriba..
me preguntaba si es que estaba en un pueblo de cantabria, al lado de una ciudela italiana en la que pagaban en francos. En verano, con las palmeras, tiene que ser todavía más desconcertante.
Pero los castillos, que son lo más famoso de esta ciudad, aunque no los pude visitar, son la guinda de un pastel que no hay por donde coger. De repente miras y te encuentras con esta calle estrechísima cuyo final es la roca que corona un castillo gigante. Una mezcla de antigüedad y futuro.
Dentro de la cueva de arriba había un ristorante elegante.
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